En el corazón de la Ciudad de México, entre el ir y venir del bullicioso barrio de La Merced, se esconde una historia que ha sobrevivido al paso del tiempo. Una historia de traición, castigo y un inquietante recordatorio esculpido en piedra.
Todo comenzó con José María Salinas, un ladrón escurridizo que, una noche, decidió que su mayor golpe sería nada menos que el Convento de la Merced. Bajo la luz tenue de los faroles, el astuto hombre se deslizó entre los pasillos sagrados, llevándose cuanto objeto de valor pudo encontrar. Su escape fue limpio, pero su suerte no duró mucho.
Días después, mientras intentaba vender los tesoros robados, fue descubierto y condenado a partir al más allá. Pero la ira de los habitantes del barrio iba más allá de su ejecución. Querían un castigo ejemplar, un mensaje claro para cualquiera que osara desafiar la santidad del templo. Así que tomaron su mano derecha, la «mano pecadora», y la colgaron en la fachada del convento. Allí quedó, marchita y espectral, como una advertencia silenciosa.
Pero la historia de la famosa «Casa de la Manita» no termina ahí. Décadas después, la casa fue habitada por una pareja de comerciantes cuya historia de amor pronto se tornó en tragedia.
El esposo, un hombre trabajador y devoto, nunca sospechó que su mujer tenía un amante. Durante meses, ella desvió el dinero del negocio familiar para costear los caprichos de su amor prohibido. Pero todo secreto, tarde o temprano, sale a la luz. Cuando su esposo descubrió la traición, su furia no tuvo límites.
Como castigo por su traición, en un acto de venganza brutal, le quitó la mano a su esposa. No conforme con ello, mandó esculpir una réplica de la extremidad en piedra y la colocó en la fachada de la casa, como un testimonio eterno de su castigo.
Hoy en día, la casa sigue en pie, y la historia de La Manita de la Merced es un eco del pasado que aún resuena en las calles de la ciudad. Algunos dicen que, si pasas por ahí de noche, puedes sentir una presencia extraña… como si la manita de piedra aún guardara un rastro de las almas que pagaron con ella su castigo.
Esquina de la Plaza Alonso García Bravo y frente a la calle Jesús María.
